Hace pocos días se realizó en cinco ciudades de Chile la II Cumbre Internacional de Sustentabilidad Hídrica, una de cuyas sedes fue Concepción. En dicho encuentro, autoridades públicas, regantes, empresarios y académicos presentaron su visión respecto del panorama hídrico para Chile, en un escenario complejo, caracterizado por la escasez y la amenaza del cambio climático.
Y si bien Chile, por su geografía, es un país excedentario, está mostrando problemas serios de abastecimiento entre Arica y Santiago, razón por la cual el Gobierno está trabajando en definir una política de Estado a largo plazo para optimizar el uso del recurso, y paralelamente, está implementando un ambicioso plan de inversiones para mejorar el aprovechamiento, pues se estima que hoy se pierde el 84% del agua dulce en el mar.
La situación sería poco preocupante si en verano también existiera abundancia, pero incluso en regiones como Bío Bío se observan problemas de abastecimiento incluso, a partir de octubre, en cuencas como la del río Ñuble, donde los regantes llevan décadas pidiendo la construcción del embalse La Punilla, proyecto que permitiría dar seguridad de riego a unas 66 mil hectáreas (la Región del Bío Bío cuenta con 125 mil hectáreas de riego).
Es por ello que existe consenso respecto de la necesidad de perfeccionar la legislación, de manera de poder aumentar la inversión en infraestructura de riego, para aumentar la cantidad de agua embalsada (hoy sólo llega a un 4% del total), así como también, optimizar el uso de ésta, mediante la incorporación de tecnología en los sistemas de riego (sólo un 25% de las hectáreas de riego en la Región del Bío Bío cuenta con sistemas tecnificados).
De igual forma, se requiere potenciar la organización de usuarios de agua y aprovechar los acuíferos subterráneos, respecto de los cuales hoy existe mucha mayor información, pero una débil legislación.
En suma, se necesita una política de gestión integral del agua, para que Chile pueda seguir creciendo de manera sostenida y, a la vez, asegurar el suministro para consumo humano, puesto que el aumento de la población, el desarrollo económico y el cambio climático son fenómenos que ya han comenzado a aumentar la presión por el uso de este recurso.
Adicionalmente, el desafío de convertir al país en una potencia agroalimentaria, que no sólo significa producir alimentos para satisfacer la creciente demanda mundial, sino que también generar biomasa para la generación eléctrica, obliga a pensar en aumentar sustancialmente la superficie regada, que hoy llega a 1 millón 100 mil hectáreas en el país.
Algunos países ya lo entendieron, como Estados Unidos, y otros se vieron obligados a entenderlo, como Israel. Chile, en tanto, tiene un retraso de 50 años en esta materia y recién ahora se están dando pasos para recuperar el tiempo perdido.
Pese a lo anterior, no servirá de nada construir decenas de embalses y cientos de microembalses, si se moderniza la legislación o si se aprovechan los acuíferos subterráneos, si no se comienza por cambiar la cultura del riego y del uso del agua, haciendo un uso racional y eficiente de ésta, donde los distintos actores involucrados sean parte de una gestión integral con un papel activo del Estado.
Debe ser este último, entonces, el llamado a coordinar a los usuarios para que una de las principales riquezas de Chile no se siga perdiendo en el mar.
Fuente: La Discusión
Imagen de cabecera (cc): el Buho nº30