Durante la semana se avanzó en el compromiso asumido hace ya varios años por Kris McDivitt y Douglas Tompkins, fallecido en las aguas del lago General Carrera a fines de 2015. Lo que anunciara el matrimonio hace más de una década está un paso más de ser realidad, siguiendo así la senda de las donaciones que ya concretaran para crear los parques nacionales Corcovado y Yendegaia, hoy en manos del Estado de Chile. Es decir, en las de chilenos y chilenas (guiño para el espíritu nacionalista).
A pesar de la campaña de desprestigio, los irracionales e interesados mitos instalados en torno a su figura y la férrea oposición de actores políticos nacionales y regionales, muy bien ejemplificados en Eduardo Frei entre los primeros, David Sandoval entre los segundos, el legado de Tompkins sigue y seguirá en pie.
Aunque se piense lo contrario, la unión en un mismo discurso del ex Presidente DC y el actual diputado UDI no da cuenta de transversalidad política alguna. Más bien alerta sobre la sintonía: una particular mirada sobre el desarrollo, de corte extractivista, que tiende a ver los ecosistemas principalmente como despensa, la áreas naturales protegidas como territorios desaprovechados y un sentido del progreso asociado a la industrialización y artificialización. Y el convencimiento que la responsabilidad ambiental atenta contra las personas y que conceptos como resiliencia y capacidad de carga de la naturaleza no son más que inventos radicales para poner trabas al avance material. Cuando, en realidad, la máxima debiera ser, recurriendo a la famosa frase de la General Motors: “Si es bueno para los ecosistemas, es bueno para el ser humano (de hoy y mañana)”.
Por ello, el legislador aysenino más que celebrar la donación hizo hincapié en la conectividad con Puerto Montt, caballito de batalla de tantos, donde el promisorio futuro de Aysén estaría asociado esencialmente a nuestra unión física con el resto del país. De ser este un axioma, tal debiera traducirse –siguiendo sus parámetros, los que no necesariamente comparto- en el subdesarrollo de Isla de Pascua, Japón e Islandia (por su aislamiento físico) y en el desarrollo de Bolivia, Etiopía y Mongolia (por lo contrario). Algo contradictorio, por decir lo menos, cuando similar queja se hace para los territorios que no cuentan con salida al mar.
Como la realidad nos muestra que ni mar ni caminos son la única variable, entonces es preciso buscar respuestas basadas en preguntas más complejas y quizás no tradicionales. ¿Qué tipo de desarrollo queremos para Aysén? ¿Basado en nuestras potencialidades o en elementos externos? ¿El que se ha dado de Puerto Montt al norte es el que aspiramos en este territorio? Es aquella una disputa política, donde hay legítimas visiones contrapuestas. Donde la conexión física (o de otro tipo) puede tener un espacio, pero como medio –con sus riesgos- no como fin en sí mismo.
En cierta medida, la mirada tradicional (del business as usual, es decir, seguir haciendo las cosas como siempre) es la que tiene al planeta y a muchas de sus comunidades al borde del colapso socioambiental, donde las soluciones que se plantean (como energía nuclear, grandes represas) son más de lo mismo, pero con otro nombre. Y eso es ideología pura, más allá del clivaje tradicional izquierda/derecha.
Porque la señal que el planeta nos está dando con el cambio climático no es solo que debemos disminuir nuestras emisiones de carbono, metano u otros gases de efecto invernadero. Es esto en parte, pero lo profundo del llamado es que como especie nos hemos equivocado demasiado en nuestra relación con nuestra propia especie (hoy y para el futuro), y con las que nos acompañan en este bioviaje. No comprenderlo es no entender el mensaje y toda alternativa de solución que se proponga al calentamiento global será más de lo mismo. Vestido de verde, con aires de justicia social de corto plazo, pero lo mismo al fin y al cabo.
Porque el legado de Tompkins y McDivitt está ahí, en las más de 400 mil hectáreas de bosques, lagos, ríos, estepas, humedales que pasarán a manos del Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, cuando este supere su tramitación legislativa. Está, también, en las 950 mil hectáreas de territorios que el Estado de Chile se ha comprometido a anexar a los nuevos parques nacionales Pumalín, Melimoyu y Patagonia. Está, también, en la ampliación de los parques Hornopirén, Corcovado e Isla Magdalena, y en la reclasificación –elevándoles a la principal categoría de conservación- de las reservas Alacalufes, Cerro Castillo, Lago Cochrane y Jeinimeni.
Y esto, aunque no se comprenda, no es solo amor por la naturaleza, aunque su punto de partida esté puesto en ese foco. Representa una profunda preocupación por la humanidad, que destruye día a día demasiados ecosistemas, aquellas partituras donde cotidianamente se compone la bella sinfonía que es la existencia, nuestra y de otras especies. Un apetito voraz, del cual Aysén no está libre con tanto especulador y corporación minera, energética, salmonera dando vueltas.
Esta Red de Parques Nacionales de la Patagonia Chilena, de 4,5 millones de hectáreas, es una oportunidad. De desarrollo económico local, de aprendizajes sobre el mundo natural, de la importancia de la preservación de la biodiversidad, una en la cual Aysén será protagonista, esperamos –y trabajamos en ello- con un modelo de desarrollo que aprenda de los errores cometidos, que muchos no queremos en esta tierra, mar y aire, aún reserva de vida.