No lo inventé yo ni es algo que se haya puesto de moda en las últimas semanas. Por lo menos el concepto se viene proponiendo desde hace ya tres décadas.
La esencial reflexión que le origina tampoco es revolucionaria, se sustenta en una mirada que no se opone sino que corre en paralelo a la artificialización a la que es tan dado el ser humano. Es la que reconoce que los ciclos y espacios naturales no son un enemigo al cual enfrentar, uno que atenta contra nuestra vida y confort, sino un aliado desde la perspectiva del buen y armónico vivir.
Se trata de los negavatios (o, dicho en anglo, negawatts), que son las unidades de energía (o electricidad) que no se necesitan. Que no se requieren y que mediante acciones de diverso tipo podemos ir incorporando a nuestra matriz energética. Una inteligente. Responsable con los ecosistemas, con nuestra especie y las demás, con las actuales y las que vendrán.
Fue el investigador y físico de la Universidad de Harvard, Amory Lovins, quien lo planteó por primera vez, allá por 1985, a través del artículo “Saving gigabucks with negawatts” (“Ahorrando gigadólares con negavatios”) en el especial de energía de la revista Fortnightly. El mismo Lovins que visitó Aysén en 2011 y que nos legó esta otra tremenda frase: “Los costos de los mega proyectos se están disparando frente a los de las renovables no convencionales y la eficiencia energética”. Una idea que durante la última licitación eléctrica cobró dramática realidad.
La figura del negavatio hace sentido cuando uno ve la energía como un elemento esencial para la existencia del ser humano, que no puede ser mercantilizable a todo evento y que puede incluso ser considerado un derecho humano esencial. Como la educación, la salud, el agua potable, la previsión social. Y yendo más allá, hace sentido en una sociedad que entiende la economía como un sistema que debe estar al servicio del interés común, no en contra de este, como muchas veces ocurre.
Fue la idea que hemos planteado en la discusión de la Política Energética Regional. Una donde en un principio abundaban en el relato conceptos como mercado, venta, tarifas, precios, generación.
Un ejemplo clásico es cuando se apunta a la necesidad de avanzar en energía térmica que genere confort en las viviendas de esta helada tierra. ¿Lo importante es contar con más calor en las casas o que la ciudadanía tenga acceso a este en condiciones que le permitan vivir en dignidad? Porque si es lo primero, nuevas especies, bono de leña o leña seca son las primeras opciones que a alguien se le ocurren. Si es lo segundo, mecanismos de aislamiento térmico (en la línea del negakilocaloría) siguen siendo los principales, más aún cuando, según estudios del año 2013, si se cumpliera rigurosamente la norma chilena de 2007 se llegaría a un potencial de reducción de un 62 % en términos calóricos. Y si siguiéramos las más estrictas legislaciones a nivel global alcanzaríamos un 77 %. ¡Tres cuartos del total!
En la misma línea está la discusión sobre las tarifas eléctricas. Muchos lo enfocan a que Edelaysen nos cobre más barato, y para ello algunos proponen subsidio al consumo. ¿Y si pensamos en cómo hacer que necesitemos menos electricidad de la empresa, con sistemas más eficientes e incluso con medios de autogeneración? Porque el mercado eléctrico es una de las opciones, pero en la lógica de la energía como un derecho ciudadano hay otras que se pueden implementar.
Si no se cree, comencemos por mirar la recientemente inaugurada coyhaiquina farmacia popular.
Así las cosas, está claro que el negawatt es la unidad de energía más barata. Pero no solo eso. Es también la ambientalmente más responsable.
En cierto taller, técnicos del ministerio de Energía dispusieron en una pizarra las escalas de proyectos de generación tradicionales, por capacidad instalada: Hasta 3 megawatts, de 3 a 20 MW y de 20 MW hacia arriba. Pero en estos “proyectos” faltaba una categoría: la de los no proyectos. En el caso de Aysén, coherente con un modelo de desarrollo que tiene en sus ecosistemas prístinos, excepcionales, su mejor capital. Uno que si se cuida genera no solo productividad sino que además es coherente con la ética para la vida, nuestra y natural, afectada por los niveles de artificialización a los que hemos llegado.
Esta visión no significa cambiarlo todo, ahora ya. Tampoco que quienes incluso hoy están bajo el umbral necesario de acceso a la energía deban sacrificarse aún más en pos de esta posibilidad. Eso no sería justo ni equitativo. Es solo una mirada necesaria de ir incorporando, de entender que como hemos aprendido a vivir interviniendo la naturaleza no es la única forma. Existen otras.
Algo en lo cual la región de Aysén tiene mucho que decir. Por ejemplo en su nueva carrera de Ingeniería Civil en Energía, que para ser excepcional debe estar dispuesta a romper paradigmas. Esquemas. Porque el que tenemos, el planeta cada día que pasa nos dice que ya no da más.