Fue realmente una alegría conocer la noticia del premio otorgado por la UNESCO al Obispo Luis Infanti por su constante trabajo por el agua. Eso, desde la Carta Pastoral publicada en septiembre del 2008 y su involucramiento en la defensa del agua de Aisén.
Mientras nuestro Obispo ha estado aportando estos años con una visión mas bien desde la ética, llama la atención como el discurso de algunos se mantiene momificado en que “no nos podemos dar el lujo de no usar el agua” y otros similares. Discurso bastante interesado en el cual por cierto se entiende por “uso” solo aquel hidroeléctrico y ojala mega y de represas. Es como si el agua solo fuese un fluido –objeto inerte de propiedades físico-hidráulicas- para el usufructo y lucro de unos pocos.
De ahí lo importante que resulta se nos recuerde “que las aguas son de Dios” y no nos cansaremos en repetir que “agua es vida” y que debe ser considerada un bien público y un derecho humano. Porque: ¿Qué es más importante: los megawatts, el lucro, o la vida?
Esa visión tan simplista de ver el agua y los ríos solo como fluido hidráulico para la producción eléctrica, olvida desde su función ecológica y de servicio ecosistémico, pasando por la paisajística, espiritual y cultural, y hasta las demás actividades económicas que se desarrollan con y alrededor del agua. O sea, si entendemos por “uso” aquel económico, también hay muchos otros usos más allá del hidroeléctrico. Para empezar, los servicios ecosistémicos y demás funciones del agua también redundan en grandes beneficios económicos y luego resulta que el agua es imprescindible para la mayor parte de las actividades económicas. Sin mas, vale recordar que son los ríos y esteros los que aportan los nutrientes y el oxigeno que necesita la vida marina. O sea, sin esos aportes no habría pesca. Peor aun, sin esa agua hay casos como aquel del asiático “Mar de Aral”, uno de los cuatro más grandes lagos del mundo, que terminó prácticamente seco y contaminado y por ende sin vida.
Entre esos usos económicos más conocidos, se encuentra el riego y uso agropecuario para nuestros alimentos, aquel de bebida sin la cual tampoco podríamos sobrevivir, aquel para la industria, aquel para la navegación, entre otros muchos más. Hasta la minería no funciona sin agua. Y por el lado turístico vale recordar que solo dos paisajes con el agua del Baker en su momento fueron evaluados con un valor de 210 millones de dólares anuales, valor económico que ningún proyecto destructivo de esos paisajes sería capaz de aportar a cambio.
Vale recordar también que además de que agua es vida, el agua está viva y que gracias a ella y en ella subsisten infinidad de seres. Igual ocurre en playas, humedales, mallines, ñadis, turberas irrigadas o inundadas a veces solo en ocasiones. Y gracias a esas ocasiones ocurre el milagro de la vida.
Quisiéramos agregar también que así como cada ser vivo es diferente y especial en si mismo, lo mismo ocurre con cada agua y cada laguna, lago, rio, estero, arroyo. De hecho, las aguas de calidad excepcional de Aisén, son eso, excepcionales y eso tiene su valor. Por lo tanto, no es llegar y convertirlas en artefacto-maquina, homogeneizarlos, alterarlos y destruirlos sin mayores miramientos y amparados o justificados en nuestra infinita ignorancia, codicia o soberbia.
Por último y aclarado lo anteriormente dicho, no nos oponemos a las hidroeléctricas per se, en especial si son pequeñas, al contrario. Pero tampoco es cosa de poner una en cualquier parte y de cualquier forma…eliminar justo la única cascada turística, el arroyo donde retozan los huillines y huemules, la última turbera, la playa donde se reproducen las peladillas, alterar su calidad, atropellando la comunidad del lugar y/o el ordenamiento territorial…