por Juan Pablo Orrego – publicada en el Blog de Cooperativa el 2 de enero de 2012
Pareciera que la ceguera humana nos está llevando inexorablemente al despeñadero.Muchos ejemplos a nivel mundial lo demuestran, pero aquí, al ladito, en Santiago de Chile, tenemos uno de los peores exponentes de este extravío.
Desde hace algunos días, flotas de camionetas ascienden en las mañanas hacia los altos del Maipo, y descienden al atardecer. Son los primeros indicios de que comienzan las faenas de construcción del proyecto hidroeléctrico Alto Maipo de AES Gener, controlada por una corporación norteamericana con sede en Arlington, Virginia, en el vecindario de la CIA.
Un codicioso y desmedido proyecto que pretende capturar las aguas de los afluentes del Maipo en la cabecera de su cuenca y restárselas al río por un tramo de 70 kilómetros, con múltiples potenciales nefastas consecuencias.
Evidentemente a esta empresa no le importa un carajo que el Maipo sea el principal río de la cuenca de la Región Metropolitana, y lo que esto implica en términos culturales, sociales, económicos y ecológicos, pero pareciera que la mayoría de los habitantes de la capital también lo ignoran, y por esto no hacen nada por salvarlo de las garras de AES Gener.
El Maipo, cuyo nombre indígena significa “paraje de tierras cultivadas”, riquísimo en patrimonio arqueológico y paleontológico, abastece nada menos que el ¡70% de la demanda de agua potable, y el 90% del riego de la RM!
El Canal San Carlos lleva sus aguas desde la comuna de Puente Alto, a través de La Florida, Peñalolén, La Reina, Ñuñoa y Providencia, para terminar aumentando los caudales del mermado Mapocho, que paradójicamente es un afluente del Maipo, desembocando en éste, con parte de sus propias aguas, a la altura de El Monte.
Miles de hectáreas de cultivos son regadas con sus aguas, particularmente viñedos, que producen algunos de los vinos más apreciados de nuestro país.
El así llamado ‘Cajón del Maipo’ ha entregado sus entrañas al país en la forma de metales, caliza e hidroelectricidad. Sus bosques, que cubrían el fondo del valle y las laderas, fueron intensamente utilizados para la construcción y leña, y ‘despejados’ para actividades agro-pecuarias y la instalación de viviendas.
El Cajón sigue siendo, sin embargo, uno de los pulmones de Santiago, entregándole nada menos que aire a nuestra ahogada capital. Si consideramos los numerosos servicios ambientales vitales que los valles cordilleranos del Maipo le han aportado en el pasado, y le siguen aportando hoy a Santiago, la única conclusión posible es que éste debiera ser protegido, conservado, e incluso restaurado ecológicamente.
Un mínimo de cordura indica que se debiera aplicar el principio precautorio y no desarrollar absolutamente ninguna actividad industrial más en esta reserva de vida vital para la RM.
Hoy, millares de santiaguinos escapan semanalmente al Cajón, aguantando los tacos con tal de respirar, de absorber belleza natural, y de acceder a la miríada de servicios recreacionales y turísticos que se multiplican a lo largo de estos valles cordilleranos únicos. Estas personas que gozan de ellos debieran luchar por defenderlos.
Actualmente las vocaciones del Cajón son: funciones ecológicas, servicios ambientales, residenciales y turísticos/recreacionales. Lo industrial aquí no tiene cabida y degrada estas funciones y servicios.
Finalmente, todos los expertos en el tema saben que la RM se está desertificando, que la aridez del norte está descendiendo hacia el sur. El glaciar Echaurren, que sustenta gran parte de la hidrología de la RM, está derritiéndose a velocidad vertiginosa. La nieve, los glaciares y ventisqueros se retiran hacia las alturas. Acá, en San Alfonso, recién a fines de Diciembre, los esteros casi ya no fluyen. Vertientes, antes consideradas perennes, se están secando.
Así, poner aún en mayor riesgo las aguas de los valles y su integridad ambiental con un descabellado proyecto como Alto Maipo es una inaceptable desidia.
Las aguas y los ríos del Maipo son un tesoro, un bien común ya en jaque por nuestra histórica ceguera. ¡Ya ‘pos, chilenos y chilenas, santiaguinos y santiaguinas! ¿Vamos a dejar que estas sacrílegas corporaciones sigan robándonos la vida?